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ESPAÑA, 1756-1797
RESEÑA BIOGRÁFICA
Juan Pablo Forner y Segarra (Mérida, Extremadura, 17 de febrero de 1756 -
Madrid, 16 de marzo de 1797), escritor ilustrado español.
De familia valenciana, se educó con su tío por parte materna, el filósofo
ecléctico valenciano, lógico y famoso médico Andrés Piquer. Estudió leyes en las
universidades de Madrid y Toledo y fue profesor de jurisprudencia en Salamanca.
La protección de Manuel Godoy le valió ser nombrado fiscal del crimen de la
Audiencia de Sevilla (1790) y del Consejo de Castilla (1796). La Real Academia
Española premió su Sátira contra los vicios introducidos en la Poesía por los
malos poetas en 1782. Fue hombre erudito, amigo de la polémica y la sátira y de
amplios recursos dialécticos, e hizo objeto de sus burlas a casi todos sus
contemporáneos usando distintos pseudónimos. Picado de vanidad y cierto
engreimiento, se mostró particularmente envidioso y la tomó en especial contra
Tomás de Iriarte, Vicente García de la Huerta, Francisco Sánchez Barbero, Vargas
Ponce, Cándido María Trigueros y León de Arroyal, entre otros, contra quienes
lanzó dicterios en sátiras personales; sus diatribas alcanzaban tal virulencia
que hubo de publicarse un decreto prohibiéndole publicar nada sin autorización
real.
Fue un apasionado nacionalista y por eso defendió la cultura española en su
respuesta al despreciativo juicio de Masson de Morvilliers en la Enciclopédie
Méthodique (1782): "¿Qué se debe a España?". La realizó por encargo y a expensas
del Conde de Floridablanca, con el título de Oración apologética por la España y
su mérito literario (1786); esto le valió la parodia Pan y Toros de León de
Arroyal y las chuflas de otros ilustrados que le motejaron de excesivo apego a
los poderosos. Murió en 1797, cuando iba a ser nombrado presidente de la Real
Academia de Jurisprudencia y Legislación.
La impaciencia por darse a conocer en el mundo de las letras y su carácter
agresivo le lanzaron a su primera polémica contra Iriarte. La Real Academia de
la Lengua convocó en 1778 un concurso para premiar una égloga en alabanza de la
vida del campo. La Academia otorgó el premio a la égloga «Batilo», de Meléndez
Valdés, muy joven entonces, y el accésit a Tomás de Iriarte, famoso y consagrado
ya. Herido en su vanidad, Iriarte compuso unas «Reflexiones» sobre la égloga de
Meléndez. Forner, que en sus años de Salamanca había contraído gran amistad con
Meléndez, aprovechó la ansiada ocasión para salir de su oscuridad literaria
respondiendo a un hombre como Iriarte, entonces en la cima de su fama. Redactó,
pues, Forner, su Cotejo de las églogas que ha premiado la Real Academia de la
Lengua. Cuando Iriarte publicó sus Fábulas literarias, muchas de las cuales se
habían ya divulgado en copias manuscritas, Forner se lanzó decididamente al
ataque publicando un follet titulado El asno erudito, fábula original, obra
póstuma de un poeta anónimo. El folleto, que fue publicado en Madrid en 1782, se
reimprimió en Valencia en el mismo año. La obrita consta de un prólogo en prosa,
del editor, y sigue luego la fábula en metro de silva. Las alusiones, apenas
veladas, a Iriarte son numerosísimas y muchas de tipo personal. La sátira de
Forner hizo bastante ruido, a pesar de que los Iriarte se esforzaron por hacer
desaparecer la edición. Don Tomás de Iriarte contestó a Forner casi
inmediatamente con otro folleto a modo de carta. La respuesta de su adversario
irritó a Forner que contrarreplicó violentamente con un nuevo escrito, Los
gramáticos, historia chinesca [1782]. La segunda parte del título se justifica
porque la acción alegórica que sirve de soporte al libro sucede en la China, y
los diversos personajes son transposiciones de los Iriarte y del propio Forner:
Pekín simboliza a España, y Japón simboliza a Francia. He aquí la acción en
resumen: un joven chino, Chao-Kong (don Juan de Iriarte), es nombrado preceptor
del hijo de un noble después de haber estudiado con los bonzos del Japón; a
pesar de su corta ciencia logra encumbrarse, y una vez situado en la corte
imperial llama a sus dos sobrino. Uno de ellos, Chu-su (Tomás de Iriarte) es
adiestrado por su tío en el arte de ser poeta y de parecer sabio sin serlo. Un
joven, acabado de llegar a la corte –doble de Forner, en este caso- publica un
folleto llamando asno a Chu-su. Kin-Taiso le persuade a que haga un viaje a
Europa en compañía de un filósofo español amigo suyo. En Madrid se entera de una
disputa entre dos literatos españoles, muy semejante a lo que acaba de sucederle
a él mismo, y se entera de la pésima calidad de las obras de don Tomás de
Iriarte, a quien se había propuesto imitar. Con ello queda persuadido de su
propia ignorancia y regresa a su país para estudiar y corregirse de su
petulancia. Quizás la más ruidosa publicación de Forner fue la Oración
apologética. En 1782 apareció en la Encyclopédie Méthodique un artículo sobre
España, escrito por Nicolas Masson de Morvilliers, en el cual se hacía esta
pregunta: «¿Qué se debe a España?». La Academia Española, arrastrada por la
presión de los «patriotas», anunció como tema de su concurso anual una
«apología» de la nación. La obra de Forner, Oración apologética por la España y
su mérito literario, fue publicada a cuenta del Estado. Forner parecía, en
efecto, la persona adecuada para responder al impertinente francés; pero como su
agresivo polemizar lo había enfrentado con medio mundo, atrajo sobre su causa a
todos los enemigos que lo eran de su persona. La fama más sólida y duradera de
Forner está vinculada a dos obras: el Discurso sobre el modo de escribir y
mejorar la historia de España y las Exequias de la lengua castellana. En el
Discurso, Forner echa los cimientos de una verdadera teoría estética de la
Historia. Traza un paralelo entre la Historia y la Poesía para deducir cuál debe
ser la forma esencial de aquella. Las Exequias de la lengua castellana, que su
autor subtituló «Sátira menipea» por ser mezcla de prosa y verso, permaneció
inédita, como otras muchas obras de Forner, hasta que Valmar la incluyó en sus
Poetas líricos del siglo XVIII. Las Exequias son una ficción alegórica del
género de la La Republica Literaria o La derrota de los pedantes. Con ocasión de
un viaje al Parnaso, el autor traba contacto con diversos personajes, escritores
famosos los más, y recorren casi todo el campo de nuestra literatura emitiendo
juicios sobre los clásicos y repetidas ironías contra los modernos, defiende con
pasión las glorias pasadas y la emprende implacablemente contra los corruptores
de la lengua, a la que estima ya en trance de muerte entre desatinados
galicistas y dómines pedantes, que continúan sirviéndose de un bárbaro latín.
Teoriza además sobre los diversos géneros literarios, y tampoco pierde ocasión
de disparar pullas contra instituciones y clases sociales.
La mayor parte de su obra literaria fue publicada después de su muerte y se ha
conservado gracias a que le regaló una colección manuscrita al pacense Manuel
Godoy, valido de Carlos IV y primer ministro desde 1792 hasta 1808. |
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Fuente:
http://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Pablo_Forner |
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A FILIS, ENFERMA DE LA GARGANTA...
A LUCINDA, EN EL FIN DEL AÑO
DESORDENADO EN DESALIÑO AIROSO...
EPITAFIO
MADRID
PEQUEÑEZ DE LAS GRANDEZA HUMANA
A FILIS, ENFERMA DE LA GARGANTA...
Amor, Filis mía,
que enojado vio
la dureza ingrata
de tu corazón,
vibrando la flecha
con nuevo rigor,
herirte dispuso,
mas, ¡ay!, no acertó.
Al pecho asestaba,
y el vibrado arpón
tocó tu garganta,
y en mi pecho dio.
Tú libre quedaste;
yo, herido de amor;
¡Oh, qué dulce hierro,
si hiriera a los dos!
Tu garganta airosa,
donde de tu sol
ondean las hebras
que el oro envidió,
lastimada apenas
del golpe veloz,
del robusto niño
percibió el ardor;
percibióle sólo;
padézcole yo,
herido, abrasado
de impía pasión.
Tú de Amor te burlas,
yo sufro su error;
¡Oh, qué dulce hierro,
si hiriera a los dos!
Tímidos deseos,
que, afable, animó
de tus ojos gratos
el vivo esplendor,
de estar a tu lado
diéronme ocasión;
¡momento dichoso,
si acertara Amor!
De su arco invencible
yo el juguete soy,
pudiendo su tiro
doblar el traidor.
Retiró la mano,
sin ver dónde hirió.
¡Oh, qué dulce hierro,
si hiriera a los dos!
Ay, niña adorable,
no te enojes, no,
si en ruegos exhalo
mi amarga aflicción:
que en esta venganza
que Amor meditó,
a mí fué la herida,
y a ti la intención.
Amar tu debieras
como amando estoy,
y ya me contento
con tu compasión.
Por mí de Cupido
burlas el rigor.
¡Oh, qué dulce hierro,
si hiriera a los dos!
A LUCINDA, EN EL FIN DEL AÑO
¡Qué importa que ligera
la edad, huyendo en presuroso paso,
mi vida abrevie en la callada huida,
si cobro nueva vida
cuando en las llamas de tu amor me abraso,
y logro renacer entre su hoguera,
como el ave del sol, que vida espera?
Amor nunca fue escaso,
¡oh, Lucinda amorosa!
y aumenta gustos en los pechos tiernos.
Si el año tuvo fin, serán eternos
los que goce dichosa
mi dulce suerte entre tus dulces brazos,
¡oh mi Lucinda hermosa!,
brazos con tal blandura, que los lazos
vencerán de la Venus peregrina,
cuando, suelto el cabello,
a Marte desafía
y al victorioso dios vence en batalla;
en ellos mi amor halla
la vida, que en sus vueltas a porfía
el sol fúlgido y bello
me lleva en su carrera presurosa,
¡oh Lucinda amorosa!,
y en la estación helada,
cuando su margen despojada enfría
el yerto Manzanares,
al año despidiendo con su hielo,
la lumbre de tu cielo
dará calor a la esperanza mía,
ajena de pesares,
no perdida mi edad, mas renovada,
por más que el año huya,
con el calor de la esperanza tuya.
¡Oh! siempre acompañada
te goces del deseo que me anima,
más años que agradable
flores esparce en la húmeda ribera
la alegre primavera;
y nunca el cielo oprima
la dulce risa de tu rostro hermoso
con disgusto enojoso,
permitiendo que goce yo las flores
(como fiel mariposa
o cual dorada abeja, que su aliento
chupa, y en ellas forma su alimento)
de tus dulces amores,
¡oh mi Lucinda hermosa!
Y vuele el tiempo, pues su paso lento
detiene mi contento,
detiene torpe su estación tardía,
que tú me llames tuyo, y yo a ti mía;
vuele, vuele en buen hora,
y este año tenga fin, y juntamente
le tengan otros y otros; y el violento
curso de Febo, que la tierra dora
con su madeja ardiente,
su carrera apresure,
y tanto, en tanto mi ventura dure,
cuanto en tu pecho vea
reinar la llama que mi amor desea.
Vuelen, vuelen las horas,
y llévense los días y los años
en sus vueltas traidoras,
y llegue el tiempo en que mi amor posea
tu pecho unido al amoroso mío,
y la suerte gozosa
dé fin dichoso al ruego que la envío,
oh Lucinda amorosa;
y en tanto los engaños
de amor tengan tu pecho entretenido
con deseo, esperanza,
manjares que alimentan a Cupido.
¡Oh tardos días de presentes daños!
Por vosotros alcanza
su fin cuanto en el mundo es comprendido.
Pues huid, y dad fin al encendido
fuego en que mis deseos se alimentan;
mas, lográndolos luego,
el paso diligente
que detengáis os ruego;
dejad que entonces, pues que ahora cuentan
siglos los años, yo, mi bien gozando,
haga siglos los días,
y tanto dure en las venturas mías,
cuanto el alegre tiempo dar pudiera
estación venturosa
de tu edad a la hermosa primavera,
oh mi Lucinda hermosa.
DESORDENADO EN DESALIÑO AIROSO...
Desordenado en desaliño airoso
al bullicioso céfiro permite
Nisa el cabello, porque no limite
su nativo esplendor lazo industrioso.
Velo sutil sobre su pecho hermoso
al gusto esconde lo que al gusto incite;
ni tanto que el tesoro facilite,
ni tanto que de él dude el ojo ansioso.
Así en traje sucinto reclinada
en alcatifa generosa yace
su gentileza y gala peregrina;
así la halla Cendón y la taimada
del necio que su pompa satisface
cobra el oro, y a Alexi lo destina.
EPITAFIO
Aquí yace Jazmín, gozque mezquino,
que sólo al mundo vino
para abrigarse en la caliente falda
de madama Crisalda,
tomar chocolatito,
bizcochos y confites,
el pobre animalito,
desazonar visitas y convites,
alzando la patita
para orinar las capas y las medias
con audacia maldita,
ladrar rabiosamente
al yente y al viniente,
ir en coche a paseos y comedias
y ser martirio eterno de criados,
por él o despedidos o injuriados
con furor infernal y grito horrendo.
Si inútil fue y aborrecible bicho,
y petulante y puerco y disoluto,
culpas no fueron suyas, era bruto;
educóle el capricho
de delicia soez con estupendo
horror de la razón; naturaleza
no le inspiró tan bárbara torpeza.
Los que en la tierra al Hacedor retratan,
sus hechuras divinas desbaratan,
corrompen y adulteran.
Los vicios de Jazmín, de su ama eran.
MADRID
Esta es la villa, Coridón, famosa
que bañada del leve Manzanares
leyes impone a los soberbios mares
y en otro mundo impera poderosa.
Aquí la religión, zagal, reposa
rica en ofrendas, fértil en altares;
en las calles los hallas a millares;
no hay portal sin imagen milagrosa.
Y por que más la devoción entiendas
de este piadoso pueblo, a cada mano
ves presidir los santos en las tiendas.
Y dime, Coridón, ¿es buen cristiano
pueblo que al cielo da tantas ofrendas?
Eso yo no lo sé, cabrero hermano.
PEQUEÑEZ DE LAS GRANDEZA HUMANA
Salgo del Betis a la ondosa orilla
cuando traslada el sol su nácar puro
al polo opuesto, y en el cielo oscuro
la luna ya majestüosa brilla.
Entre la opaca luz su honor humilla
la soberbia ciudad y el roto muro
que, al rigor de los siglos mal seguro,
reliquia funeral, ciñe a Sevilla.
Pierde la sombra su grandeza ufana;
la altiva población y sus destrozos
lúgubres se divisan y espantables.
Fía, Licino, en la grandeza humana;
contémplala en la noche de sus gozos,
y los verás medrosos, miserables. |
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