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ESPAÑA, 1834-1903

 

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RESEÑA BIOGRÁFICA

 

Gaspar Núñez de Arce (Valladolid, 4 de agosto de 1834 – Madrid, 9 de junio de 1903), poeta y político español.

Hijo de un modesto empleado de correos, fue destinado a la carrera eclesiástica, que rechazaba profundamente. Entró en el mundo de las letras al estrenar la pieza teatral Amor y orgullo en Toledo en 1849; a despecho de su padre, se opuso a ingresar en el seminario diocesano y se fugó a Madrid. Allí entró en la redacción de El Observador, un periódico liberal, e inició algunos estudios. Después fundó el periódico El Bachiller Honduras, que toma nombre del seudónimo que adoptó para firmar sus artículos, y donde abogó por una política que unificase las distintas ramificaciones del liberalismo.

Estuvo como cronista en la Campaña de África (1859–1860) y se fue implicando en la vida política; fue puesto en prisión en Cáceres a causa de sus violentos ataques contra la política conservadora del general Narváez. Cuando cayó Isabel II, fue elegido secretario de la Junta Revolucionaria de Cataluña y redactó el Manifiesto a la Nación publicado por el gobierno provisional el 26 de octubre de 1868. Fue también gobernador civil de Barcelona, diputado por Valladolid en 1865 y ministro de Ultramar, Interior y educación en el partido progresista de Sagasta; fue nombrado senador vitalicio en 1886; su salud le impelió a dejar la actividad política en 1890. Entró en la Real Academia de la Lengua el 8 de enero de 1874.

Empezó a escribir teatro en colaboración con Antonio Hurtado, después empezó a escribirlo sólo; destaca especialmente el drama histórico, El haz de leña (1872), sobre Felipe II y el príncipe don Carlos, donde no sigue la leyenda negra y procura mantenerse fiel a la realidad histórica; en esta obra, sin embargo, domina el valor poético sobre el teatral. Escribió además Deudas de la honra (1863), Quien debe paga (1867), Justicia providencial (1872) y otras obras.

En su producción poética, sin embargo, consolidó una obra mucho más importante y que alcanzó gran repercusión: Gritos del combate y Raimundo Lulio, este último en tercetos, fueron publicados en 1875; en el primero, tal vez su libro poético más famoso, figuran las piezas «A Darwin», «A Voltaire», «La duda», «Tristeza» y «El miserere», de las más famosas del autor. La última lamentación de Lord Byron, en octava real, La selva oscura, inspirada en Dante Alighieri, y El vértigo, en décimas, son de 1879. La visión de fray Martín (1880), La pesca (1884), donde se declara un gran amante y observador de la naturaleza, Maruja (1886), de inspiración sentimental, etc. son otros importantes libros poéticos. Dejó inacabados Luzbel y Hernán el lobo (1881). Sus poemas históricos se diferencian de los románticos en que no tratan de describir ambientes, quizá por influjo del monólogo dramático de Robert Browning.

Sus escritos teóricos, principalmente su Discurso sobre la poesía, leído el 3 de diciembre de 1887 en el Ateneo científico y literario de Madrid, y reproducido más tarde al frente de la segunda edición de Gritos del combate (primera ed. en 1875) con ampliaciones, lo muestran como un poeta muy consciente de la misión del escritor en la sociedad como poeta cívico, y de amplia instrucción tanto en poesía clásica española como extranjera, en especial anglosajona. Define la poesía como «Arte maestra por excelencia, puesto que contiene en sí misma todas las demás, cuenta para lograr sus fines con medios excepcionales: esculpe con la palabra como la escultura en la piedra; anima sus concepciones con el color, como la pintura, y se sirve del ritmo, como la música». Su obra es muy amplia y diversa, e incluye desde los epigramas de Humoradas a poemas valientemente pacifistas y otros en donde expresa la crisis de su fe religiosa. Su poesía recuerda en ciertos momentos la de García Tassara; con dolor y pesimismo ve la marcha del mundo hacia la destrucción y el caos y fustiga los males de la época. Fue un gran artífice del verso, cuya forma le obsesionaba verdaderamente, negándose a la inspiración apresurada.

Su estilo busca conscientemente la sencillez expresiva y rehuye conscientemente la retórica tanto como Campoamor, pese a lo cual no incurre en el prosaísmo de este autor: «¿Hay acaso nada tan ridículo como la prosa complicada, recargada de adornos, disuelta en tropos...? (...) Lo declaro con franqueza: nada tan insoportable para mí como la prosa poética, no expresiva, sino chillona...». Sostuvo, sin embargo, como éste, que el ritmo lo era todo en el verso, ya que «suprimir el ritmo, el metro y la rima, sería tanto como matar a traición a la poesía». Esta tendencia a usar lo cotidiano del lenguaje será su principal aportación, como la de Ramón de Campoamor, a la poesía posterior, y a través de Miguel de Unamuno hará posible la existencia de Antonio Machado. Al hablar de Robert Browning, dice: «los poetas... no deben escribir para ser explicados, sino para ser sentidos», y aquí tenemos otra de las características de su poesía: el predominio de lo sentimental sobre lo racional, de las sensaciones sobre los conceptos.

 

Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Gaspar_Núñez_de_Arce

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A QUINTANA

 

CREPÚSCULO

 

EL REO DE MUERTE

 

FOTOGRAFÍAS

 

LA GUERRA

 

RECUERDOS

 





A QUINTANA

En celebridad de su coronación
Allá en la edad florida
de mi niñez serena,
cuando las leves horas de mi vida
resbalaban en calma,
y no ahuyentaba la ambición ardiente
las doradas imágenes del alma;
mi buen padre, en aquella
tierna y dichosa edad, me refería
la página más bella
que hay en la historia de la patria mía.
Contome cómo un día
de eterno luto y duelo,
vino desde las márgenes del Sena
a posarse orgullosa en nuestro suelo
la águila altiva de Austerliz y Jena;
cómo, en vibrante cólera encendido
el pueblo castellano,
combatió contra el genio y la fortuna;
y al escuchar tan peregrina historia,
bendije a Dios, que colocó mi cuna
en donde crece el lauro de la gloria.
Pobre niño inocente,
«¿quién, pregunté a mi padre, animar pudo
vuestro brazo nervudo?
¿Qué genio prepotente
despertó vuestro espíritu valiente?
¿Qué voz agitadora y soberana
mantuvo en vuestros pechos la energía?»
Y mi padre llorando respondía:
«¡la voz del gran QUINTANA!
España en ese acento
palpitaba y gemía;
él era la expresión del sentimiento
de la nación ibera,
el eco fiel de nuestras glorias era.»
. . . . . . . . . . . . . .
Desde entonces te amé, y este cariño
no huyó como las blandas ilusiones
que halagan siempre el corazón del niño.
Por eso hoy que en tu frente
brilla el lauro inmortal, genio profundo,
paréceme que veo
coronado el esfuerzo giganteo
con que el pueblo español asombró al mundo.

12 de marzo de 1855.





CREPÚSCULO

El Sol tocaba en su ocaso,
y la luz tibia y dudosa
del crepúsculo envolvía
la naturaleza toda.
Los dos estábamos solos,
mudos de amor y zozobra,
con las manos enlazadas,
trémulas y abrasadoras,
contemplando cómo el valle,
el mar y apacible costa,
lentamente iban perdiendo
color, transparencia y forma.
A medida que la noche
adelantaba medrosa,
nuestra tristeza se hacía
más invencible y más honda.
Hasta que al fin, no sé cómo,
yo trastornado, tú loca,
estalló en ardiente beso
nuestra pasión silenciosa.
¡Ay! al volver suspirando
de aquel éxtasis de gloria,
¿qué vimos? sombra en el cielo
y en nuestra conciencia sombra.

Marzo de 1863





EL REO DE MUERTE

¡Oh, vedle; vedle! ¡Turbia y ardiente la mirada,
en brazos de su culpa que le acrimina austera,
tan lejos y tan cerca de la insondable nada,
del mundo que le arroja, del polvo que le espera!...
¡Luchando con extrañas y horribles agonías
que traen ante sus ojos en rápida carrera
sus inocentes horas, sus conturbados días,
el cuadro pavoroso de su existencia entera!

Ayer, aunque entre sombras, lo porvenir incierto,
brindábale ilusiones de amor y de ventura,
y hoy, asomado al borde de su sepulcro abierto,
contempla horripilado la eternidad obscura.
La muerte, que le acosa con misterioso grito,
despierta los terrores de su conciencia impura:
quiere llamar, y apaga sus voces el delito,
quiere huir, y le asalta la hambrienta sepultura.

¡Ay, si recuerda entonces el dulce hogar sereno
donde pasó ignorada su infancia soñadora,
la amante y pobre madre que le llevó en su seno,
único ser acaso que le disculpa y llora!
¡Ay triste de él si al lado del hondo precipicio
su amparo no le presta la fe consoladora;
la fe que se levanta potente en el suplicio
y da sus alas de ángel al alma pecadora!

¡Miradle! Cada paso que hacia el cadalso avanza
de su agitada vida los horizontes cierra:
apágase en sus ojos la luz de la esperanza
y el peso de la muerte fatídico le aterra.
¡Ay, ten valor! Si un día de imprevisión y dolo
te puso con los hombres y con la ley en guerra,
mañana entre los muertos abandonado y solo
en su profundo olvido te envolverá la tierra.

Aparta tu mirada terrífica y sombría
de esa apiñada turba que bulle en el camino
para gozar del triste placer de tu agonía
y presenciar el término de tu fatal destino.
¡Oh! no la empuja sólo su imbécil sentimiento
hacia el cadalso infame que espera al asesino.
¡Hasta la cumbre misma del Gólgota sangriento
siguió también los pasos del Redentor divino!

Julio de 1861.





FOTOGRAFÍAS

¡Pantoja, ten valor! Rompe la valla:
luce, luce en tarjeta y en membrete
y cabe el toro que enganchó a Pepete
date a luz en las tiendas de quincalla.
Eres un necio. -Cierto.- Pero acalla
tu pudor y la duda no te inquiete.
¿Qué importa un necio más donde se mete
con pueril presunción tanta morralla?
¡Valdrás una peseta, buen Pantoja!
No valen mucho más rostros y nombres
que la fotografía al mundo arroja.
Enséñanos tu cara y no te asombres:
deja a la edad futura que recoja,
tantos retratos y tan pocos hombres.

30 de abril de 1862.





LA GUERRA

Por razones que se calla
la historia prudentemente,
dos monarcas de Occidente
riñeron fiera batalla.
La causa del rompimiento
no está, en verdad, a mi alcance,
ni hace falta para el lance
que referiros intento.
Sobre el campo del honor
cubierto de sangre y gloria,
donde alcanzó la victoria
más la astucia que el valor;
dos discípulos de Marte,
que airados se acometieron
y juntamente cayeron
pasados de parte a parte;
sumergidos en el lodo,
mientras que llegaba el cura
para darles sepultura,
platicaban de este modo:

Soldado primero
¡Hola, compadre! ¿Qué tal
te ha parecido el asunto?

Soldado segundo
Puesto que me ves difunto
debe parecerme mal.

Soldado primero
Pues ha sido divertida
la función: mira a tu lado.
Lo menos hemos quedado
doce mil héroes sin vida.
Y en esto me quedo corto,
que me enfadan los extremos.

Soldado segundo
¡Con qué habilidad nos hemos
destrozado! Estoy absorto.
Ha habido alarmas y sustos
y muertes y atrocidades
para todas las edades
y para todos los gustos.

Soldado primero
Mas yo quisiera saber
por qué con tanto denuedo
nos matamos...

Soldado segundo
¡Ay! No puedo
tu duda satisfacer.
Para entrar en esta danza
tuve que dejar mi oficio.
Sé que aprendí el ejercicio,
sé que estudié la Ordenanza.
Sé que en compañía de esos
que están mordiendo la tierra,
me trajeron a la guerra
y me moliste los huesos.
Y, en fin, francamente hablando,
puedo decirte al oído,
que he muerto como he nacido;
sin saber por qué, ni cuándo.

Soldado primero
De tu explicación me huelgo,
porque mi vida retrata.
En esto, alzando la pata
un moribundo jamelgo,
¡Gracias, dioses inmortales!
-dijo con voz lastimera-
Pues de la misma manera
morimos los animales.
Cuando pasó la impresión
de tan extraño incidente,
así anudó el más valiente
la rota conversación:

Soldado primero
Aunque ignoramos la ley,
origen de esta querella,
juro a Dios vivo que en ella
lleva la razón mi rey.

Soldado segundo
¿Y por qué?

Soldado primero
Porque es el mío.

Soldado segundo
¡Qué salida de pavana!
La justicia es de quien gana.

Soldado primero
De tu ignorancia me río.
¡Pues cuántos que han hecho eternos
sus nombres con la victoria,
no han ido a gozar la gloria
de su triunfo a los infiernos!

Soldado segundo
Considera lo que dices,
porque estoy ardiendo en ira.

Soldado primero
¡No me alces el gallo!...

Soldado segundo
Mira
que te rompo las narices.
Y fieros y cejijuntos
a combatir empezaron
de nuevo... ¡y no se mataron,
porque ya estaban difuntos!
Diéronse golpes crueles,
hasta que hueca y ufana
llegó la Locura humana,
sonando sus cascabeles.
Puso paz entre los dos
y dijo con desenfado:
«¿Qué es esto? Habéis olvidado
que sois imagen de Dios?
Tal vez la inmortalidad
con justo título esperen
los que por la patria mueren,
por Dios, por la libertad.
Pero que el hombre sucumba
en conquistadora guerra,
cuando siete pies de tierra
le bastan para su tumba;
o que en lucha fratricida
entre, sin saber quizá
ni por qué la muerte da,
ni por qué pierde la vida;
esto mi paciencia apura,
y cuantas veces lo veo,
aunque soy Locura, creo
que es demasiada locura.»

Diciembre de 1857.





RECUERDOS

I
Tantas esperanzas muertas
y tantos recuerdos vivos!...
en el corazón humano
jamás se forma el vacío.
Nace una ilusión y muere;
pero su cadáver mismo
queda insepulto en el alma
y siempre en la mente fijo.
¡Ay! Por eso yo que os llevo
ha tantos años conmigo,
esperanzas engañosas
que me halagasteis de niño;
hoy que bajo el grave peso
de vuestro cadáver gimo,
¡infeliz de mí! quisiera
que nunca hubierais nacido.

II
¿Te acuerdas? Al pie de un árbol
en el jardín de tu casa,
el dulce y maduro fruto
ibas cogiendo en la falda.
Turbando nuestra alegría.
crujió de pronto la rama,
diste un grito, y desplomado
caí sin voz a tus plantas.
No vi más; pero entre sueños
me pareció que escuchaba
desconsolados gemidos,
tiernas y amantes palabras.
Y cuando volví a la vida,
en una sola mirada
se besaron nuestros ojos
se unieron nuestras almas.

III
¿Te acuerdas? Seis años hace
cuando por la vez primera
eterno amor nos juramos
y fidelidad eterna.
¡Cuán venturosas corrieron
las horas ¡ay! y cuán prestas!
un deseo, una esperanza
fue nuestra dulce existencia.
Turbose un día el encanto
de aquella pasión inmensa,
y el viento de la fortuna
llevome a lejanas tierras.
Colgándote de mi cuello,
en llanto amargo deshecha,
«vuelve, me dijiste, vuelve;
que mi corazón te llevas».
Volví... ¡Ya estabas casada!
y un ángel de rubias hebras
en tu regazo dormía
el sueño de la inocencia.
Posé, temblando, mis labios
en su faz blanca y risueña,
y al mirarte, vi que estabas
pálida como una muerta.

IV
Después, aturdido, ciego,
cuando me hirió el desengaño,
en tus queridas memorias
quise vengar mis agravios.
Busqué frenético el rizo
de tus cabellos castaños,
que en la postrer despedida
me diste, Inés, sollozando.
«Muera, dije, este recuerdo
de aquel corazón ingrato,
y arrastre el viento en cenizas
la inútil prenda que guardo».
Miréla suspenso y mudo,
hasta que ahogándome el llanto,
en vez de arrojarla al fuego
la llevé ¡loco! a mis labios.
¡Ay! quiera Dios que no veas
presa en amorosos lazos,
al hijo de tus entrañas
llorar, como estoy llorando.

V
¿Te acuerdas cuando en los días
de mi secreto infortunio
dudaba yo de mí mismo,
pobre, olvidado y obscuro;
enjugando compasiva
mi llanto abundante y mudo,
«no desmayes, me dijiste,
que el porvenir será tuyo».
Yo compartiré contigo
lauros, honores y triunfos,
y a la sombra de tu fama
nuestro amor llenará el mundo.
Hoy rompe a veces mi nombre
la indiferencia del vulgo,
y a veces también su aplauso
trémulo y turbado escucho.
Pero como estás muy lejos
y en vano te llamo y busco
paréceme que resuena
en el hueco de un sepulcro.

Julio de 1862

 

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